Declinación faltal
de Miguel Vargas
No es lo mismo declinar a una candidatura, bajo cualquier alegato derrotada, que admitir que fue vencido por una mayoría que votó con libertad en una convención bien organizada y por un candidato como Hipólito Mejía que sintoniza con el pueblo.
Cuando Miguel Vargas pierde de Leonel Fernández en el 2008, admite su derrota en poquísimo tiempo, muy a pesar de considerar que por el uso de los recursos del Estado la elección del candidato a la reelección no fue legítima aunque legal.
Empero, no declinó seguir -como ahora- como aspirante a la presidencia de la República pero que legalizó aquélla elección de su rival con el “Pacto de las corbatas azules”.
El que declina demuestra que es débil, contrario al que admite una derrota en una contienda y si es propia de su partido, actitud con la que muestra fortaleza para ir eventualmente por victoria.
Así, el que pone a disposición un cargo o función, como lo hizo Miguel Vargas al candidatearse internamente en el PRD, siendo su presidente, no es confiable por dubitativo.
Ahora planta sus pies en el cargo de presidente del PRD cuando dijo que cedería el puesto si ganaba pero, al perder, lo noble es ceder su presidencia para dar oportunidad al candidato Hipólito Mejía a que dirija su campaña, porque supo ganar, y que no ocurra lo que alegó él cuando fue el candidato y no presidía el partido que, entonces, alegadó, se trabajó en su contra.
Miguel Vargas, pues, tiene que aprender que “el hombre es dueño de su silencio y esclavo de su palabra”.
El plan “B” de Miguel Vargas en la convención del PRD fue ese, alegar fraude si perdía, para no perderlo todo, la candidatura y la presidencia del partido, porque sus acólitos le han atribuido el signo de ser un aspirante perenne a la presidencia de la República.
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