viernes, 4 de febrero de 2011

El hombre sabe de la precariedad de su existir, aunque la vejez no llega en un día, pues se envejece cada día...Doctor Ricardo Peter.

Vida: Autor del Blogger/Tomás E. Montás




Este 8 de febrero
es mi cumpleaños



Acuario (Horóscopo) 20 de enero – 20 de febrero: “Te sentirás confiado, tranquilo y realizado ahora que Venus entra en tu casa doce. Inspiración no te faltará para envolverte en temas que tengan que ver con los Ángeles o seres de luz. Te sentirás más inclinado a explorar en temas religiosos que renueven tu fe en la Divinidad. Palabra Sagrada: Tranquilidad”.

Mi frase bíblica preferida: “Dejad al día su afán”…

Reflexión: “No acaparo fortuna económica porque no necesito repetirme y pago tantas cosas solo por el privilegio de vivir, aún en la espera de la hora del dolor en ruta al inexorable silencio profundo". (T.E.M.)

(Este Blogger recoge del autor doctor Ricardo Peter ricardopeter@msn.com un enfoque desde la antropología del límite de este estadío humano y una visión humana de lo humano: "La vejez no es tan mala, si uno considera la alternativa", Maurice Chevalier).

La vejez: el último poema -1-

“Sobre la vejez podemos tener diversas creencias y opiniones, pero, para calar a fondo en esta fase de la vida, para considerar la vejez en su misma hondura, hemos de ir más allá de los fenómenos que la caracterizan, trascender el mero plano de las enfermedades y achaques que se presentan en esta etapa y que la vuelven temida como algo que termina estropeando la existencia.
Es cierto que la vejez no es la etapa del poder. Con ella se reduce la visión del futuro. No hay un porvenir para construir, sino un destino próximo que enfrentar. No hay mucho que poner en la jugada de la vida. Se reducen las posibilidades de volver a comenzar y arrancar la vida. Prácticamente, los sueños, y no sólo psicológicamente hablando, se han ido. ¿Cuál puede ser, sin embargo, la visión humana apropiada ante esa etapa?
Por supuesto, para alcanzar la comprensión que andamos buscando es necesario encarar la realidad esencial del hombre y desde ahí preguntarnos por la vejez. Este nivel de comprensión, claro esta, no es posible en el ámbito de la medicina. No son pues la gerontología ni la geriatría las que determinan, en este caso, nuestra interpretación de la vejez, sino la filosofía.
Pero no se crea que nuestro interés por el tema de la vejez es puramente especulativo. Todo lo contrario. Recurrimos a la filosofía para ver la vejez de manera profunda y devolverle el valor que le es desconocido o repudiado por una cultura cuya contradicción consiste, finalmente, en querer vivir sin envejecer. Los seres humanos se desgastan con los años. De aquí entonces que el mito de Fausto vuelva infausta la existencia, pues el hombre –y aquí radica la dificultad insuperable- para alcanzar su propio cumplimiento debe, contradictoriamente, deteriorarse. Pero deteriorarse es la tasa, como señalaría Sócrates, que se paga por el privilegio de vivir.
Para lograr nuestro objetivo, que es abrirnos a una concepción totalmente humana de la vejez, necesitamos, decíamos, movernos en el ámbito de la filosofía, específicamente de la filosofía del ser, y desde ahí reflexionar sobre la situación del ser del hombre.

Un enfoque desde la Antropología del límite

Ahora bien, ¿qué resulta cuando damos este paso? Que el ser del hombre se revela de inmediato como un ser “impermanente”,vale decir, como un ser débil, postrado, humillado, y finalmente, abatido por el límite. Y aquí entramos de lleno en el terreno propio de la Antropología del límite, pues, la concepción del hombre que maneja se enfanga enteramente en el concepto de límite. ¿Con qué objetivo? No para rebajarlo o deshonrarlo, sino para acreditarlo o saldarlo, es decir, para "atornillar" al hombre en su condición limitada.
De hecho, en su reflexión sobre el hombre la Antropología del límite, tomando como punto de partida el concepto de límite, realiza una revaloración de dicho término, menoscabado a lo largo del tiempo por cierta tradición filosófica, corrige el entuerto y logra recuperar y rectificar el sentido omitido o ignorado. En otras palabras, la Antropología del límite devuelve al concepto de límite su alcance original y completo, tal como había sido determinado por Aristóteles y, de esta suerte, revalora la misma condición limitada del hombre.
Desde el punto de vista que maneja la Antropología del límite todo lo que existe se revela sostenido, como si se tratara de una plataforma, por el límite. De esta manera, el concepto de límite, a diferencia del sentido de insuficiencia (privación, carencia, negación), que se le atribuye y se subraya tradicionalmente en los diccionarios de filosofía, adquiere, ahora, un carácter de consistencia. Lo limitado dice también espesor, densidad, resistencia, sinónimos, si queremos, del término consistencia. Concluyamos entonces que lo que existe se ve no solo amenazado por su propia condición limitada, debido a su insuficiencia, sino igualmente sostenido y consolidado por ella.
La alternativa al límite, es sencillamente dejar de ser, perder la consistencia. De aquí que el límite sea lo más persuasivo, pues denota no solo que algo es deficiente de ser, necesitado, carente, sino también que lo limitado está arraigado, afincado, implantado, en lo que es, en la realidad del ser.

Una visión humana de lo humano

Notemos de paso, como algo curioso, que una de las dos raíces latinas para referirse a la vejez, vetulus (de vetus, eris), viejo, -que es un concepto más rico que senex, senis, anciano-, alude no solo a algo gastado, antiguo, pasado, sino que, por extensión, revela también algo arraigado, firme, establecido, que detenta una larga duración y que, finalmente, ha alcanzado su cumplimiento. Pareciera entonces que los términos de "vejez" y de "límite", coinciden en señalar al mismo tiempo ambos sentidos de insuficiencia y de consistencia.

La vejez: el último poema -2-

“La vejez, efectivamente, es el estado que mejor revela la insuficiencia y la consistencia del ser del hombre. Como si dijéramos que con la vejez el hombre manifiesta no solo su máxima insuficiencia, lo que a todas luces es evidente, sino también, a la vez, es la fase en la que el hombre consigue su máxima consistencia. El viejo ha alcanzado su término, aunque éste, su culmen, coincide paradójicamente con el final de su vida. Parece contradictorio pero los seres vivientes logran su acabamiento, cuando se terminan acabando. Pero recuperemos el hilo y continuemos nuestro desarrollo.
Dando un paso más, hay que preguntarse cómo se hace patente el límite. Para la Antropología del límite, el límite se expresa como necesidad . Es decir, el "lenguaje" propio del límite es la necesidad. La necesidad, en efecto, es el resultado o la manifestación del límite.
En el mundo de los organismos vivientes, que es el que nos interesa, desde la ameba hasta el hombre, la necesidad es el móvil del quehacer de todo ser viviente. Sin embargo, la necesidad en el caso del hombre se manifiesta de manera diferente de cómo se expresa en el caso del animal. Y aquí se basa, para la Antropología del límite, la diversidad substancial entre el hombre y el animal.
La diferencia esencial consiste en que el animal no "conoce" su necesidad. El animal ignora que es animal. No se animaliza ni se desanimaliza. Desconoce su propio fin. Aunque "yace" sobre el límite, no lo encuentra. No "sabe", diríamos, de su límite. De aquí entonces que en la esfera del animal la necesidad tenga un carácter implacable. El animal vive la necesidad como algo forzoso, impelente, obligatorio, despótico. Pero, extrañamente, esto mismo vuelve su existencia ligera, sostenible, soportable. En realidad, el animal es un prisionero imperturbado de su necesidad. Tiene el alivio de recibir instrucciones de la necesidad. La necesidad es su disciplina. No requiere valores para realizar, para significar su existencia y orientar su vida.
¿Cómo se maneja, en cambio, el hombre con relación a la necesidad? Con respecto a la necesidad, el hombre "aloja" en otro universo. No vive en la esfera de la necesidad, sino en el mundo de la indigencia. ¿En qué consiste esta diferencia? En que el hombre sabe de su necesidad.
De hecho, el término indigencia no dice simplemente falta, necesidad o carencia de algo. La indigencia sugiere un echar de menos algo, y aquí advertimos que el concepto de indigencia evoca una especie de cognición, un notar o tener noción de algo. La indigencia manifiesta la adquisición de un conocimiento por la via más directa del conocimiento: la vivencia. El indigente no desconoce que es un ser necesitado, todo lo contrario, sabe muy bien que es necesitado. Más exactamente, tiene conciencia de su necesidad o ciencia de su condición limitada. La indigencia es, pues, la "razón" de la necesidad. Y, precisamente, este "saber" de la propia necesidad es lo que la Antropología del límite denomina indigencia.
En este contexto, la indigencia se propone como la primera manifestación antropológica del límite. Con la aparición de la indigencia, una parte de la biología culmina en antropología. Por esta razón, "la indigencia es para la Antropología del límite el aspecto más exquisitamente antropológico que pueda manifestar el hombre en cuanto ser limitado".
Remarquemos, aunque a estas alturas resulte repetitivo, que para la Antropología del límite el concepto de indigencia no está referido a lo económico en sí, a la falta de medios para alimentarse, vestirse, educarse, movilizarse, mantenerse o entretenerse. No se hace un uso sociológico de la palabra indigencia, sino ontológico. La indigencia entonces no está simplemente en relación a las necesidades, sino al hecho mismo de ser consciente de poseer un ser deficiente, escaso, carente, precario. La indigencia es la conciencia de la propia condición limitada. En su "santuario ontológico", como me gusta decir, el hombre se percibe indigente, un menesteroso de ser.
El hombre es el único animal que está referido intencionalmente a su necesidad, es decir, al carácter limitado de su existencia. Para la Antropología del límite, la indigencia zafa al hombre del mundo animal, pues el hombre es capaz de encontrar una razón y autodeterminarse frente a sus necesidades. Esta referencia constituye la singularidad del hombre.
El mundo de lo antropológico coincide con la indigencia, pues hablar de indigencia no significa otra cosa que preguntarse por el límite y demandar una explicación, un motivo, una causa: en definitiva una "razón". Buscando una respuesta, la indigencia abre al hombre al mundo de los valores y significados. Ella precisamente hace del hombre otra cosa además de animal, lo vuelve un animal en grado de humanizarse, esto es, de aceptarse como ser indigente.
La indigencia suplanta la necesidad, decíamos, sin embargo, al combinar la existencia con la conciencia del propio existir, la indigencia crea un tipo de juego o de dinámica que el animal no conoce. De hecho, la indigencia es la responsable de que la vida del hombre sea enteramente paradójica. ¿A qué aludimos?
La indigencia, que no es de cosas ni de objetos, sino de ser, es la fuente de la incolmable e incalmable necesidad del hombre. La indigencia abre al hombre y al abrirlo hace del hombre un proyecto, una tarea que debe terminarse en un tiempo limitado, pero, al mismo tiempo, lo mete en una dinámica que solo se agota con la muerte, pues el proyecto no se cumple, queda abierto hasta que la muerte lo cierra. Pero es más, tratándose de un ser que se abre a causa de su indigencia, ésta revela, además, un carácter fundamentalmente relacional o sea, muestra el hecho de que el hombre se realiza solo en la medida en que asume su propio ser indigente
En la práctica, esto se reduce a que el hombre "presagia" su límite definitivo y su acercamiento a él. Aunque suene poético, el hombre "encuentra" su limite mucho antes que el limite lo encuentre a él. En efecto, el hombre no solo sabe de su muerte, (el límite que pone término a todas las limitaciones) antes de que su muerte se cumpla, sino que sabe también de estar encaminándose hacia ella y que la vejez es la etapa preparatoria. Desde su nacimiento, el hombre está pues referido a la vejez. Sabe que avanza hacia la totalidad del ciclo vital, que empalma con la propia impermanencia. Por este mismo motivo, ser para el hombre se revela una carga pesada y arriesgada. En otras palabras, la insoportable levedad del ser sólo la conoce el hombre.
En este horizonte existencial, la vejez se propone como una manera de relacionarse y de encarar la propia indigencia, pues, en la actitud que el hombre asume ante este "saber", el hombre decide su suerte: se acepta o se rechaza. Se humaniza o se deshumaniza.
Como podemos ver, para la Antropología del límite, el juego, la paradoja a que aludíamos, se resuelve en la aceptación de la indigencia, precisamente de ese saberse irrevocablemente limitado. El hombre sabe de la precariedad de su existir. Aunque la vejez no llega en un día, pues se envejece cada día, el hombre es consciente de que carece de suficiente consistencia para vivir.
¿Qué significa esta conexión? Que el hecho de ser indigente permite que el hombre se perciba como un acontecer, como algo que acaece. Como una ocurrencia: algo que llega y por lo mismo pasa. Que es necesario, por lo tanto, que pase. El hombre sabe que le ha ocurrido la existencia. Pero, en la tensión a su propio acontecer, el hombre vislumbra desde muy temprano que un día dejará de "ocurrir", que pasará de la historia definitivamente.
Precisamente, para el hombre ocurrir es lo que le permite avanzar, devenir, hacia su madurez. La vejez es la etapa obligatoria para el florecimiento, aunque lo es también para el entumecimiento definitivo. En el hombre la realización, el "despertar" más alto a la vida, confina con la proximidad a su letargo definitivo. La vejez, es, en definitiva, una actitud ante la indigencia tal como la hemos descrito.
Pero la actitud ante la vejez es un producto totalmente histórico. Está determinado por la mentalidad dominante de la época. Cabe preguntarse entonces: ¿qué factores determinan en la vida actual la manera como envejecemos? ¿Que presiones ejerce la cultura sobre la actitud que tomamos frente a nuestro envejecimiento?
Una cultura como la nuestra que destaca por su tendencia al perfeccionismo, por el hecho de desconocer los límites (en este caso, el envejecimiento, la arrugas, la flacidez del cuerpo, la pérdida de memoria y de brillantez) y que fomenta, a través de una tecnología de mercado (cirugía plástica, gel de hidratación continua, cremas que ponen un alto a las arrugas y a las manchas de la piel, dietas, cinturones vigorizantes para mantener cuerpos resplandecientes, etcétera), que ofrece como apoyo una filosofía que celebra la Perfect Age, tiene la fuerza, no cabe duda, para volver el proceso natural de envejecimiento una etapa luctuosa que se ve llegar con espanto. De hecho, se ha logrado que la vejez se convierta en un nuevo factor de estrés.
Ante esta mentalidad, en un mundo donde la vejez no encuentra su espacio, la valentía se vuelve la virtud de la vejez. Y la primera valentía frente a esta mentalidad es la de reconocer el paso del tiempo y rescatar la hondura que trae la vejez consigo. Para el hombre, la manera de realizarse es envejecer.
En realidad, para permanecer en el marco de la paradoja de la existencia, lo nuevo de la vida es la vejez, lo joven ya es lo viejo. Madurar a fondo, pues, seguir el ciclo de la vida hasta sus últimas consecuencias, llenar los años de vida, es la forma de tomar nuestra indigencia en serio.
El valor y el sentido más profundo que pueda dar el hombre a la vejez es aceptándola. La aceptación, sin embargo, no tiene carácter de rendición, de sumisión. Al contrario, el hombre claudica ante la realidad cuando no la acepta. Y claudica no por rebelde, sino por pretender ignorar o desconocer su propia condición limitada. Por autoengaño.
La aceptación es la única forma de someter la vida a nuestra opción de aceptarla. Es el máximo acto de coraje con que el hombre puede hacer frente la realidad. A través de la aceptación llegamos a descubrir que incluso lo que nos desagrada en esta etapa de la vida puede ser superado desde nuestro interior y decidir ser ahora mismo libres de ser como somos.
Dicho de paso, posiblemente la aceptación reduce el riesgo de padecer enfermedades mentales.
Así, el hombre culmina no solo su último poema, la vejez, sino su mismo proceso de humanización pues la plena fidelidad a la vejez, es la plena fidelidad a lo humano".

http://hipicosas.blogspot.com/


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